Enoch ha enterrado como cinco mil personas y Artemio como cuatro mil. Juntos han sepultado a casi todos los que descansan en el panteón Jardín San Marcos. Y sin embargo no se acostumbran a la muerte. Aún les duele cuando sellan la tapa y la familia del difunto prorrumpe en llanto. Ser sepulturero es difícil. Y más durante 27 años, como Enoch y Artemio.
Hoy no hubo entierro, sólo trabajo de pulir una tumba. La falta de trabajo permite la entrevista con ambos. “Hay días que hay dos, tres y hasta cinco entierros”, dicen.
Durante dos años ellos trabajaron en el Panteón Municipal y el resto (27 años) en el San Marcos.
Enoch Gómez, de 55 años de edad, sonríe al decir que “ya mero se jubila”. Ya tiene algunas canas, pero sabe que la jubilación es una utopía.
Recuerda que hace 27 años, en los inicios del camposanto, no había sepultureros. “El administrador me invitó a cooperar y me quedé”, cuenta.
Relata que en un entierro participan tres peones y un albañil.
El costo oscila entre los cinco y siete mil pesos, dependiendo del acabado. Algunos piden que la tumba lleve parrillas, varias gavetas y con acabado de azulejo; eso encarece el costo.
Todo el trabajo se debe hacer en un día, por lo cual es arduo el esfuerzo realizado. “Este panteón tiene mucha piedra y raíces de árboles, eso demora el trabajo”, dice Enoch.
Cuestionado sobre su familia, dice que tiene cinco hijos, dos de los cuales son albañiles y también trabajan con él, en ese lugar.
“Estudiaron su prepa, pero les gustó estar conmigo, no sé si les gusta el trabajo, pero sí se que les agrada estar conmigo y aquí se quedaron a mi lado”, dice sonriente.
Enoch trabaja en coordinación con funerarias.
Al preguntarle sobre una anécdota, medita, se pone serio y triste. “Me partió el corazón al ver a un niño pequeño que perdió a su madre. La escena fue terrible. Ver al pequeño llorar y aferrarse al ataúd”, dice Enoch y se estremece.
“Es uno humano y claro que se sufre al ver sufrir a otros. Y lo peor, no poder hacer nada para ayudarlos”, confiesa.
Enoch guarda silencio y cede el espacio a su compañero Artemio.
Artemio Alfaro Noriega tiene 68 años de edad y 26 de trabajar en el Jardín San Marcos. Laboró dos en el Panteón Municipal.
Ha trabajado codo a codo con Enoch. El también llegó ante la falta de albañil en el lugar.
“Era un quebrachal, espinero, costaba mucho limpiar para hacer el espacio”, dice.
Recuerda que don Alfonso Guillén donó ese espacio y el de enfrente, pero lo invadieron y “Vicki Rincón avaló el despojo, por lo cual solo quedó este lado del panteón”, dice.
Aclara que ya no hay lugar (12 mil tumbas), solo traspasos.
Artemio dice que “todos llegan con los pies por delante” y así deben ser inhumados. La tumba debe estar con la cabeza viendo hacia el oriente (la salida del sol).
“Pero esto es un relajo, hay unos que están hacia el norte, hacia el sur, unos están cabeza con cabeza pies con pies, fue un desorden en las administraciones pasadas, porque no hubo alineamientos al dar los permisos”. La venta de lotes fue indiscriminada y desordenada, explica.
Artemio es cuidadoso de que la cabeza siempre quede hacia el oriente, se guía por la tapa del ataúd, dice.
Añade que ellos entierran parejo, sin saber de quién se trata, si es político, artista o ciudadano común.
“Después nos enteramos que era algún picudo”, dice. “Hemos enterrado militares, policías, doctores, abogados… Pobres y ricos vamos al mismo lugar”.
Artemio tuvo seis hijos, con dos parejas. Sus hijos no son albañiles, sino choferes de transporte público.
Cuando la charla está por concluir llega un funcionario del Ayuntamiento y al ver a Enoch y Artemio, se despide y en tono de broma les dice: “Se quedan en su casa”. Artemio sonríe y contesta: “¡Nuestra casa! Es la casa de todos”. Solo inquieta a Enoch y Artemio quién de los dos enterrará a quien.
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