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jueves, 2 de noviembre de 2017

DÍA DE MUERTOS / Presente y pasado; vida y muerte

  • El sol se puso y con él quedaron atrás las risas y llantos. El tiempo se llevó cual corriente embravecida, los recuerdos hacia el mar del pasado… y los sepultó.

Arriba del suelo, sonidos difusos, confusos. Abajo, silencio sepulcral. Sobre el suelo, un calor infernal; abajo, frío inenarrable. Los vivos bailaban, comían, cantaban, corrían, amaban, odiaban, sufrían, gozaban. Los muertos, descansaban. Los rostros de unos rojos por el sol intenso. Los de otros, pálidos por el abrazo de la muerte.

La expectativa no fue conforme  a lo previsto. Cuando la tarde comenzaba a caer y la mujer observó  que aún tenía casi toda su mercancía, redujo el precio a menos de la mitad.  “¡Coronas a 20 pesos!”, gritaba desesperada. El plástico puede esperar al año entrante, pero las flores naturales, no.

La afluencia de autos y personas no fue como el año anterior. Un vistazo bastó para darse cuenta de ello. Este medio recorrió los pasillos de los principales camposantos de la capital chiapaneca.

Sobre la 4a Sur y 9a Sur de Tuxtla, la vía se cerró al paso vehicular. Se atestó de locales comerciales que vendían de todo: Comida, refrescos, pozol, flores. Solo un local con sahumerio. Solo un cliente compró. Una sola tumba de las 18 mil en el Panteón Municipal tenía el humo oloroso.

Música de tambor y carrizo se oía en una tumba. Era de don Artemio Cameras. A unos 20 metros, sonaba la marimba. Tocaban “Machete tunco.  Emilio Sánchez Selvas no perdía tiempo y bailaba. Le  tocaba cooperar y desquitaba su cooperación. Más hacia arriba abajo, se escuchaba música norteña.  

Los integrantes de un mariachi recorrían los reducidos pasillos. Entre ellos una mujer. Ofrecían sus servicios, pero casi nadie los contrataba. “Hay que bajarle”, le decía uno al líder.

La crisis económica se reflejó. Pocas flores y algunas tumbas, de plano nada. Una tumba sin cruz y sin nombre, tenía unas cuantas flores marchitas que alguien le dejó condolido al verla abandonada.

A la entrada se oían niños ofrecer agua. Los que tenían sed volteaban, pensaban que era para beber. Era para los floreros y para lavar tumbas. Algunos niños limpiaban las lápidas.

En la capilla principal ofertaban rezos de 9 a 6 de la tarde, pero pocos iban. Muchos preferían alimentar el cuerpo y no el espíritu.

Un hombre de camisa verde militar cargaba en sus brazos unas flores. Era el periodista Oscar Gutiérrez. Acompañaba a su madre. Ellos no son católicos, pero llevaron flores a su vecina, Doña Amparito, que falleció hace poco a los 96 años.

La nonagenaria llevaba comida a sus pollos, cuando se lastimó con una lámina. Era diabética y la herida se complicó. José, su esposo, falleció antes a los 100 años. Fueron vecinos de Oscar durante 40 años y los querían mucho.

Amparito, Oscar y su mamá creen que hay vida después de la muerte. Que habrá un juicio venidero, que hay que vivir preparándose para ese momento.  Y sin embargo parece que sobre las 18 mil tumbas no hay ese mismo sentir.

Encaminamos nuestros pies a la salida. Al llegar donde dejamos la motocicleta (9a Sur y 12 Oriente) y un joven se molesta. Es el vendedor de una conocida empresa de transporte que grita” México, México”. Ocupamos su espacio. Y nos reprende.

Avanzamos un poco sobre la 12 Oriente y al buscar una sombra en la 7a Sur, para enviar un video, llega un niño delgado, moreno, de unos ocho años. “Supongo que me vas a pagar. Es mi lugar y voy a estacionar carros; si no vas  a pagar muévete”, me dice. Todos venden algo cerca del panteón.

JARDÌN SAN MARCOS

En el Jardín Marcos la historia es similar. Los “viene viene” se pelean por los clientes”, sobre la calle Tucán.
Debido a la poca afluencia se habilitó en ambos sentidos el acceso por el libramiento Sur.

Los taxis entran y salen. Hacen su agosto en noviembre. Las “dejadas” son de hasta 90 pesos, cuando costaban 40.

La gente entra y sale. Pasado al mediodía son más los que se van.

Un local ofrece pollo “azado" de un lado del letrero y pollo “asado” del otro. Poco importa la ortografía, el sabor es lo importante. Pero nadie se detiene a comer el pollo con mala ortografía.

Acapara la atención un local de un “hermano” que ofrece comida, refresco, pozole y hasta cerveza.

“Esta cosa parece feria y no panteón”, dice un joven que entra en su bicicleta. Y tiene razón. Ventas de flores, poca y cara. El local con precio de la Profeso sin cliente, El otro, sin control, está lleno.

También compran sombreros, aguas de coco, piñas. El calor es intenso.

Un local ofrece tacos a “beneficio del jardín de niños Víctor Manuel Reyna” afectado por el sismo.

El baño del panteón San Marcos está repleto. Y las casas de enfrente ofrecen baños a 5 pesos.

A la entrada del camposanto luce un altar con dos fotos. Una es de la abogada María del Carmen Moreno Cancino. Murió a los 43 años, en el Hospital regional. Era de Carranza. A su lado está la foto de “La Tortuga”, Raquel Juárez, un trabajador del Ayuntamiento capitalino que falleció a los 73 años..

En una de las primeras tumbas al entrar, se oye un rezo. La tumba es peculiar. No tiene bóveda o lápida de concreto como las demás, Tiene pasto y un  jardín.

Un poco al norte luce una tumba especial. Con pétalos de rosas escribieron “Te amamos”. Allí descansa Julio Mauricio Azpe.

Otra tumba tiene un corazón formado con cañas. Y el resto de las 12 mil tumbas luce con flores, con gente. 

Pero como un lunar destaca entre las 12 mil tumbas, una de las primeras en erigirse. Es la de Helen Gardisef Fitzgerald. Murió en 1989. Es de las más antiguas. A  su lado, está otra de 1992. Las dos lucen abandonadas. “Nunca viene nadie”, dice un hombre que está al lado.

También se ven sin flores y sucias, las tumbas de Leonor López y Francisca Ortega, ambas fallecieron en marzo de 1996. su familia o murió también ya, o se fueron de aquí o de plano los olvidaron.

Los demás disfrutan de la comida, la bebida, la convivencia.  Unos llevaron grabadoras, sus bocinas para oír música. Unos que lloraron al perder a su ser querido, ahora bailan al son de la canción “Cangrejito Playero”.

En una tumba un hombre llora al oír la canción de un grupo de mùsica norteña. Un acordeón, bajo sexto y violonchello tocan una canción nostálgica. Luego siguen con otra de desamor y concluyen con un corrido de narcotráfico.

A la salida, cual si fuera la cereza del pastel de diversión, un hombre ataviado com un auténtico zombie, baila la canción “Despacito”. Una mujer se detiene a bailar. Un niño baila desde lejos, mientras una niña se acerca y le da un beso al zombie que luce tripas y ojos chispados. Tiene un machete “clavado” en la cabeza.

La niña se aleja sonriente; no le teme a los muertos, sino a los vivos que delinquen, que violan, roban, matan, secuestran.


El sol se puso y con él quedaron atrás las risas y llantos. El tiempo se llevó cual corriente embravecida, los recuerdos hacia el mar del pasado… y los sepultó. 

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