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jueves, 18 de enero de 2018

AYUDEMOS / Magdalena llora… espera ayuda

Delgada, con el cabello blanco y despeinado, la mujer de 77 años camina lentamente hacia lo que el terremoto de septiembre le dejó como casa. Le duele el cuerpo por el frío. Le duele la soledad. Le duele el olvido en que lo ha sumido la autoridad… y llora, por todo lo anterior. Y llora de gratitud al ver al agente municipal y al reportero que ofrecen ayudarla.

Se llama Magdalena, pero no le gusta llorar. No acostumbra hacerlo, pero a veces la presión es tanta que el llanto es irremediable. Esta vez fue una de tantas. Y lloró.

Apoyada en la pared de su casa maltrecha color naranja, Magdalena dice que es de junio, y que tiene 77 años. Le cuesta caminar y ya no puede salir a sus mandados.

Su casa está ubicada en lo alto de un terreno agreste, difícil de acceder, sobre la avenida Juan María Hernández y calle Marcelino Álvarez, en la Ribera Cerro Hueco.

Apoyados en matas de café, es posible llegar  a lo alto, donde un gato gris, triste, hace compañía a Magdalena. Un ladrido insistente rompe el silencio del lugar tupido de árboles. “Es mi perrita, pero no mira, ojalá tuviera remedio. Ella me alegra y me defiende”, dice Magdalena con un suspiro. El viento helado que pasa entre las ramas da a sus palabras más tristeza.

Y el dolor se respira al ingresar a lo que el terremoto del pasado septiembre dejó.

Las láminas de asbesto están rotas. Un pedazo de lona prestada y otro tanto de plástico regalado por la Pastoral Social San Antonio Abad es lo que contiene un poco el viento y frío de la noche y madrugada.

Pero el techo es frágil y el frío cala a la delgada mujer. “Ayer estuvo a punto de morir por hipotermia”, cuenta el agente municipal Cuauhtémoc Cobatzin.

Colgado de un tendedero de ropa, están varias bolsas de plástico. No hay ropa que colgar porque Magdalena no lava, no tiene agua, no tiene jabón, no tiene ropa.

Tres jitomates y otras cosas penden del lazo, para evitar que las numerosas ratas lo coman. La casa abandonada, semi destruida, está llena de polvo y telarañas. Las cosas lucen amontonadas por doquier. Duele.

“Imagínate, nosotros que venimos un rato ya nos desesperamos, ahora ella que aquí da de vuelta todo el tiempo”, dice el agente municipal.

Magdalena González Álvarez, dice que su hermana también es grande, pero a veces la visita, porque le cuesta llegar.

Su sobrina y nieta que están más jóvenes son quienes le llevan de comer de vez en cuando.

Enterada de este medio, que ayuda indirectamente al publicar casos como éste, Magdalena llora de gratitud. “Gracias; el agente municipal Cuauhtémoc es que me ayuda, la hermana América (de la pastoral) me dio el nylon. Si me pueden ayudar con otra cosita, gracias también”, dice.

Los presentes sienten impotencia. Es tanto lo que necesita Magdalena y sin embargo se conforma con poco. Urge abrigos, colchas, porque el frío le hace pasar noches en vela y con mucho dolor.

Hace falta láminas, porque a pesar de los daños a su vivienda el gobierno no la consideró en el censo. Falta ropa y despensas. También le falta una mesita y dos sillas. Por supuesto urge una limpieza en la casa.


Magdalena ha llorado mucho ya. No quiere seguirlo haciendo. Pero si ha de llorar una vez más, que sea de gratitud, porque alguien pensó en ella y le llevó un poco de ayuda.

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