- Roberto de 60 años, pide ayuda para buscar a su familia, reconciliarse y esperar el desenlace. Tiene SIDA desde hace seis años y lleva meses sin tratamiento.
El hombre lucha por mantenerse de pie, pero finalmente se da por vencido y se sienta. Su condición física es reflejo de su condición emocional. Se está rindiendo poco a poco aunque no quiera. Hace seis años sufre los estragos del SIDA. “Ya me siento muy mal y solo espero ver a mi familia para reconciliarme y esperar el desenlace”, dice. Sentado, postrado, espera un poco de ayuda para buscar a su esposa e hijos, a quienes dejó de forma errónea.
La música de marimba suena alegre a tres metros de donde se encuentra Roberto, sobre el candente cemento de Avenida Central y 2a Poniente en Tuxtla Gutiérrez. El hombre con la botarga de la farmacia aledaña baila aunque no quiera. Le pagan para eso. “Ya déjenlo descansar. Lleva cinco piezas sin parar”, comenta el payasito Cristal que también pide unas monedas frente al negocio.
Unos peatones pasan y cooperan para la música. Algunos aprovechan y bailan. Pocos se enteran del hombre que yace tirado sobre la acera.
Es Roberto Rojas, oriundo de la Ciudad de México, que ha colocado una gorra como recipiente para colectar la ayuda. Una cartulina blanca explica el motivo de su pedido: “Tengo SIDA”.
Los que por fin observan el cartel, leen, miran al hombre y se van. “Pobrecito”, musitan.
“Deben ayudarle a ir a inhospital”, comentan otros. Los peatones siguen pasando, ajenos al dolor que embarga a Roberto Rojas.
La música de marimba que alegra a unos, acongoja más a Roberto, es como si echaran sal a su herida. Su mano y su pierna izquierda han perdido movilidad. En su cuello y en la parte trasera de la oreja presenta inflamaciones.
“Me siento mal”, dice. Y explica que vino a Tapachula Chiapas, para trabajar en refrigeración, en Puerto Madero, pero comenzó a sentirse mal. Le diagnosticaron SIDA hace seis años.
“Estuve en tratamiento, pero hace ocho meses que ya no recibo mis antirretrovirales. Me siento muy mal. Solo estoy juntando para mi pasaje y buscar a mi familia en la Ciudad de México”, comenta cabizbajo.
Los peatones se detienen, arrojan unas monedas en la gorra. Eran para la marimba, pero cambiaron de opinión al ver el cartel y a Roberto muy triste.
Roberto Rojas tiene 60 años de edad. Tenía esposa y dos hijos. “Los dejé indebidamente”, dice. Es cierto que vino a Chiapas por trabajo, pero aquí se infectó.
Dice que no le han dado ayuda en los hospitales de Chiapas para tratar su enfermedad. Por eso desea regresar a casa antes que pierda totalmente la vista y la conciencia.
Roberto desea ver a su familia que vive en el Cerro de la Estrella, en Iztapalapa. También suspira por ver una vez más la escena de la crucifixión de Cristo. Es católico, dice.
Sabe que el final se acerca y quiere pedir perdón a los que lastimó. Por eso pide ayuda para ver de nuevo a su familia.
La música de marimba se detiene. La botarga deja de bailar. Los marimbistas descansan, Pero el tiempo no entra en receso.
Roberto se mueve un poco de lado. Está cansado por el contacto con el cemento durante horas. La gorra apenas tiene unos 60 pesos. Un plato con comida seca junto a la mochila de Roberto indica que no ha comido. Pide un poco de agua.
Su estómago será saciado en breve con el alimento y el agua ingeridos, pero su alma seguirá hambrienta y sedienta. Espera llenarla con el encuentro familiar, con el regreso a casa, con la Pasión de Cristo escenificada en Iztapalapa. Como el ladrón en la cruz, Roberto sabe que el final se acerca, pero se aferra con desesperación a una chispa de esperanza.
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