El Centinela
La silueta de cinco hombres que arman sobre la Avenida Central las gradas para el desfile alusivo al 109 aniversario de la Revolución Mexicana, se divisa a un lado del Parque Central de Tuxtla. Al otro extremo, se dibuja la silueta de un solitario hombre, sentado sobre el borde de la jardinera. Acaba de cumplir 100 años de edad, y siente que han sido en total soledad. A los héroes revolucionarios los recuerdan a través de la historia. A nuestro amigo hundido en el anonimato, nadie lo acompañó en su centenario… solo las campanadas nostálgicas de la catedral San Marcos.
Una pequeña de unos dos años de edad, llega corriendo y se abraza de la pierna derecha del hombre que ya dormitaba en ese momento. El contacto de la tierna mano despierta al hombre, que recoge su bastón, un palo de escoba, para que la pequeña no tropiece y caiga. El senil acaricia el cabello de la niña que regresa a donde su hermana y su hermanito juegan. El anciano comienza a hablar solo. Mira hacia todos lados, se para apoyado en el palo de escoba y comienza a caminar, despacio, muy despacio.
Avanza siete metros y se detiene frente a un triciclo donde venden elotes hervidos, asados y esquites. Pide uno, pero no tiene dinero para pagarlo. Y el anciano sigue caminando. Avanza otros siete metros y busca el amparo de un árbol de laurel, al costado norte de la catedral de San Marcos. Se sienta en el borde de la jardinera. Se agacha y sigue su soliloquio.
Dice llamarse José. Acaba de cumplir 100 años de edad, más de 40 los ha pasado en la calle, sin un hogar. Lo más lamentable es que tiene hijos, y varios con mucho dinero, pero ninguno lo apoya, ni siquiera para darle hospedaje y pasar la noche.
- La otra vez caminé como 30 cuadras. Me costó mucho para llegar y ni siquiera estaba mi amigo que me ofreció hospedar. Luego supe que dijo que como estoy viejo me puedo orinar en su colchoneta o en la casa y tiene hijos chicos.
En efecto, la ropa de José huele a orín. No tiene para pagar un baño público y con su paso lento no alcanza a llegar a tiempo a los lugares orillados, como el andador aledaño al río Sabinal.
- Una señora me ofreció alojamiento hace poco, pero se fue a emborrachar y me terminó corriendo. Paso la noche donde me agarra el sueño.
José desmiente que el albergue “una noche digna” del Ayuntamiento capitalino, brinde alojo y comida gratis. “Es mentira, si no tienes paga nadie te da nada de gratis”, dice molesto.
El centenario hombre recuerda que su familia tenía buena posición económica. Vivían en la 1ª Oriente y 1ª Norte de Tuxtla. Vendieron su casa en 10 mil pesos, para pagar los gastos de traslado y entierro de su hermano que iba a graduarse de médico en el Distrito Federal. “Ahí comenzamos a quedar sin nada”, cuenta.
José trabajó duro y logró hacerse de bienes. A sus hijos les dio estudio hasta secundaria y bachillerato. Pero crecieron, se casaron y ahora hacen de cuenta que no tienen padre. Uno es general y vive en Tapachula. José fue a verlo una vez y el hijo le dio 50 pesos.
- Cómo crees hijo, ni para mi pasaje (400 pesos) me va alcanzar. Además no vine a pedirte dinero, solo quería saber si estabas bien – Le dijo.
Y como el general, los demás hijos están con solvencia económica, viven en buenas casas, en Tuxtla, mientras el padre pasa la noche en la calle, padeciendo hambre, frío y soledad.
- Mira hijo, ahorra para tu vejez, para que no te pase lo que a mí – Me dice José, molesto pero al punto del llanto.
Tiene una hermana a la que prestó dinero (más de 40 mil pesos), la cual vive cerca de la taquería Tío Nayo (libramiento Sur, por el parque Patricia). José le ha ido a cobrar y la mujer niega la deuda.
Los hijos aborrecen a su padre argumentando que “abandonó a su madre”. José explica el motivo: “No la dejé por gusto, mal hombre o por otra mujer. Ella dejó de amarme y de respetarme. No tuve más que dejarla luego de lo que pasó….” José no detalla lo ocurrido, pero explica la razón de peso para la separación.
Así, por más de cuatro décadas, ha deambulado de norte a sur y de oriente a poniente. No solo en Tuxtla, sino en el país (Oaxaca, Puebla, Veracruz, Yucatán). También anduvo en Guatemala y Argentina, a los 70 y 80 años de edad.
- He probado suerte, pero en todos lados me fue mal. Por mi edad, el trabajo pesado ya no se me facilita. Para sobrevivir en Yucatán pescaba mis mojarritas para comer. He sufrido mucho.
José deja de hablar abruptamente. Se agacha y comienza a sobarse la pantorrilla derecha. Luego se cambia a la izquierda. “Se me está engarrotando”, dice. Es como calambre. Es que el hombre camina mucho de día y noche, buscando cómo sobrevivir. Le pesan ya, los 100 años.
- A veces me dan 20 pesos en todo el día. Muy pocas veces junto 50 pesos. Solo hago una comida al día. Paso por donde venden arroz con leche o champurrado, ahora que ha hecho frío, y nomás me llora el ojito, porque no tengo para pagar. Veo pasar las muchachas bonitas y me vuelve a llorar el ojito. Es el tiempo de resignarse.
José conoce todo Tuxtla, muy bien. Conoce a decenas de personas. Con prodigiosa memoria habla de sus contemporáneos y de la historia local, estatal y nacional.
- Hice un recorrido en Tuxtla y no hallé ni uno de mi generación. Solo encontré de 70 y 80 años. Pero de 100 años soy el único que sobrevive.
José sigue charlando, pero agachado. Soba su pantorrilla engarrotada. Es que camina mucho. Es que le pesan los años. También lo atropelló un auto hace poco. Le golpeó la pierna y le quebró una clavícula. No le pagaron los gastos. Y ahora José no tiene ni para una pomada de La Vaquita (bálsamo blanco).
“Cómprese una y algo de comer”, le digo y dejo algo de apoyo. Al pedirle alguna dirección o zona donde la gente pueda hallarlo para ayudarlo, José dice que no tiene un lugar fijo.
El reloj de catedral suena y José mira hacia arriba. “Qué hora es pue?” Son las 20:00 horas. La charla ha durado más de dos horas. José sigue con hambre, pero su ayuno emocional terminó. Halló alguien que lo aprecia y escuchó pacientemente.
De repente José se sobresalta. “Me cayó una gota de agua. Va llover. Lo que me faltaba”, exclama asustado. Tiene pavor a la lluvia. Ya se ha mojado varias veces por no tener con qué cubrirse.
Así, aunque sus hijos biológicos han ofrecido golpes al centenario, le han negado hospedaje y le dan poco apoyo económico, José sigue caminando. Seguirá durmiendo en el parque, en las calles y quizá en el panteón (ya lo hizo una vez). “Ni ahí me dejaron dormir tranquilo. Me espantaron y salí corriendo”, dice y suelta la carcajada. Risa cargada de nostalgia. Son 100 años de soledad, rodeado de tanta gente.
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