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viernes, 1 de noviembre de 2019

TALITA CUMI (Niña, levántate)



El padre angustiado, apuraba a Jesús para que llegara a casa, donde su hija agonizaba. El que hasta hace poco, como buen fariseo, era altanero y autosuficiente, ahora llegó humilde, postrado en tierra, reconociendo que nada de lo que tenía servía para salvar a su hija. Reconoció que sólo un poder sobrenatural, supremo, divino, podía hacer el milagro. Y con fe se aferró a los pies de Jesús, el Dios-hombre.

Al llegar a casa, los llantos de las plañideras confirmaron la mala noticia que en el camino dieron los siervos. La niña había muerto. Jesús miró a Jairo a los ojos y vio la inmensidad de su tristeza. Jairo miró a Jesús y vio la inmensidad de su Omnipotencia. El autor de la vida  le dijo al atribulado padre: “No temas, cree solamente”.

Dirigiéndose a los presentes, les dijo: “La niña no está muerta, sino duerme”. (Mateo 9:24). La gente se burló de Jesús, quien sin hacer caso ingresó a la cámara mortuoria, y con voz de mando ordenó: “Talita cumi” (Niña, levántate) (Lucas 8:54).

Un temblor estremeció el cuerpo infantil, que entreabrió los labios, luego los ojos y con una sonrisa miró a su alrededor. Todos celebraron el milagro de la vida.

En una ocasión similar, Jesús se enteró que su gran amigo Lázaro, estaba enfermo. Más no fue cuando lo llamaron. “Esta enfermedad no es para muerte”, dijo, sin embargo Lázaro murió. Una vez más, Jesús, el autor de la vida, dijo: “Nuestro amigo Lázaro duerme, mas voy a despertarle”.

Juan 11:35 (el versículo más corto de toda la Biblia) dice “Jesús lloró”. El comentario indica que Jesús se sacudió, literalmente al llorar, como si le hubiese dado un ata       que epiléptico. Amaba tanto a Lázaro y le dolía ver a Martha y a María, sus hermanas, llorando de dolor.

Este relato nos dice que Jesús entiende tu dolor al perder a un ser querido, que Él ve tus lágrimas y no solo las ve, incluso las comparte. Sufre cuando tú sufres y llora cuando tú lloras, porque Jesús, aunque es Dios, es tan humano como tú y como yo.

Es Jesús quien dijo, “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto vivirá”. (Juan 11:25)

Es Jesús, quien venció personalmente a la muerte al dar su vida en el calvario el viernes de tarde y retomarla aquel glorioso domingo en que el ángel movió la piedra y la muerte dio paso al autor de la vida.

Es Jesús quien inspiró las palabras del apóstol Juan en la Isla de Patmos registrada en Apocalipsis 21:4 “Y enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos, y ya no habrá más muerte ni llanto, ni clamor ni dolor, porque las primeras cosas pasaron”.

Muy pronto Jesús vendrá en las nubes de los cielos, “todo ojo le verá” (Apocalipsis 1:7), y con su potente voz, llena de autoridad, llamará de la tumba a los niños y niñas, que una vez fueron arrancados de sus padres por la muerte.

También se levantarán todos aquellos que en vida hicieron un pacto de fe, amor y obediencia… Celebremos, alabemos y adoremos al Dios de la vida.

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