* Está confinado a la indigencia y soledad en la calle San Martín de a colonia Santa Ana. De vez en vez dibuja algo para vaciar el vacío que le llena.
Sus manos tiemblan, quizá por el hambre, el frío de la mañana o la emoción de recibir un plato con comida y la visita de alguien que piensa en él. Una sonrisa y un "gracias" musitado, como si faltase el aliento, es la respuesta del hombre de figura triste y andar pausado. Dice llamarse Gabriel. Sus padres esperaban que fuera angelical y portador de buenas nuevas, con un pedacito de cielo como hogar. La realidad lo confinó a un auténtico infierno en la tierra.
No habla mucho. Casi nada. No quiere o no puede expresar el misterio de su insondable corazón cual océano profundo, oscuro y frío. Prefiere tener sumergidas las frágiles naves que una noche borrascosa naufragaron cual Titánic. Solo dice su nombre: "Gabriel". Y enseña su arte: una pintura a lápiz sobre papel cascarón.
Sentado sobre la calle San Martín de la colonia Santa Ana, al sur oriente de la capital chiapaneca, Gabriel eligió el lugar por estar cerca del restaurante "El Oaxaqueño" y el salón de fiestas "Manolo". El hombre, confinado a la indigencia, espera que las personas "felices" tras bailar, comer, fumar y beber alcohol, le compartan algo de lo que les sobra. A veces su expectativa se cumple. Otras, su fe vuelve a naufragar.
Es una mujer quien cada día se convierte en el sol para Gabriel: Le da calor humano con una palabra de afecto y tras suplir su necesidad emocional, completa la tarea altruista con un poco de comida.
Este día, Gabriel decidió corresponder la nobleza de su benefactora: Consiguió un octavo de papel cascarón. También un lápiz. Y desde lo más profundo de su corazón anegado por la melancolía, sacó un dibujo alegre. Trazó un payaso sonriente.
Pero el dibujo quedó en obra negra, con trazos de lápiz y fondo blanco. No hubo para los colores. El regalo conmovió a Fernanda. "Rara vez pide dinero, es solo comida y afecto lo que necesita, pero si alguien le puede regalar colores estaría muy bien. Le encanta pintar", dice la buena samaritana.
Y mientras en la mano izquierda Gabriel sostiene el plato desechable con el alimento y su inseparable lapiz, en la derecha tiene asido el papel cascarón con su dibujo recién terminado. Lo tenía en una cubeta vacía, sucia, que alguna vez tuvo color, como su vida, como sus dibujos, pero ya no más. Ahora su única realidad es la ropa sucia que viste, la única, y la calle San Martín, su calle: es indigente.
Su dibujo bien podría llamarse auto retrato. Es que refleja su vida. Intenta sonreír por fuera, como el payaso dibujado, con una careta de felicidad, pero su tragedia interna pocos o nadie la puede percibir. Nadie está a su lado para enjugar su lágrima nocturna, nadie viene a llenar el vacío de su alma que grita en zona desértica, a los cuatro vientos, su soledad acompañada.
Y Fernanda se marcha con su regalo. Gabriel se queda en la calle, su calle, con su comida que mitigará el hambre física. Mientras su espíritu se diseca poco a poco, hidratada efímerante con los sorbos de aguardiente que mojan sus labios, pero queman su estómago y calcinan su mente pasado el efecto y resurgido el demonio de la cruda realidad. Más tarde irá a la colonia Madero, para matar la rutina asesina.
Gabriel sigue en espera de los que alguna noche, algún día saldrán del restaurante o del salón de fiestas aledaños, esos que dicen ser felices o al menos eso aparentan. En eso son semejantes a Gabriel. Pero el hombre con nombre de arcángel, ya no espera más. No aspira a resurgir como el ave Fénix de entre las cenizas. De todas formas Fernanda seguirá con su labor callada, consuetudinaria, perseverante. Quizá algún día logre inyectar un poco de esperanza en quien parece haberlo perdido todo... ¿Te gustaría ayudar también?
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