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martes, 14 de abril de 2020

CRÓNICA / Sol eclipsado por destellos de amor familiar



El Centinela

El radiante sol tuxtleco de mediodía fue opacado por el fulgor en los ojos, los destellos de alegría en el alma y la pletórica sonrisa de una mujer de 86 años de edad. El silencio de la calle fue roto por los sonidos de cláxones: No jugó ni ganó la selección mexicana, pero triunfó el amor sobre el egoísmo, la alegría sobre la tristeza y la gratitud sobre la ingratitud… Hubo un desfile de felicidad familiar.

Tras vivir su niñez y juventud en Guaymas, municipio de Villaflores, Martha Jiménez Sesma vino a radicar a Tuxtla Gutiérrez. Aquí experimentó el jubileo. Cumplió sus 50 años de estadía. Fruto del amor con su amado y amante esposo, Martha segó el fruto de su vientre en nueve ocasiones.

Hubo alegrías y tristezas, desvelos y angustias por los hijos enfermos. El sueño huía de sus ojos para salvaguardar el sagrado descanso de sus amadas hijas e hijos. Nunca Martha pensó que con estas abnegadas acciones estaba ahorrando en el banco del cielo y que en la vejez cosecharía con creces lo sembrado con amor y paciencia.

Hoy, Martha miraba hacia la calle y suspiraba por la melancolía en su corazón (extraña a sus hijos, nietos y bisnietos, pero no los puede ver por la contingencia). La acompañaba su hija Lenny. Los hijos se turnan  para “cuidar” a su madre de 86 años. En realidad Martha es muy independiente. Solo requiere apoyarse en su andadera. Y la nostalgia por el pasado fue ahuyentada por la bienaventurada realidad. Martha oyó que a lo lejos se acercaban sonidos de cláxones. Sonrió, se apoyó en su andadera y salió a la puerta de su casa. Conoce muy bien estos sonidos.  Y no se equivocó: Eran sus hijos, nietos y bisnietos que uno a uno fueron arribando en sus autos.

Hace 14 años, la fría y pálida muerte separó a Martha de su esposo. Pero ella se consuela con los nueve hijos, 22 nietos y nueve bisnietos que Dios le regaló. Ellos son su razón de vivir. Es inmensamente feliz. Y hoy, al verlos desfilar frente a su casa, le produjeron una emoción inenarrable.

El sol radiante del mediodía que iluminaba la capital chiapaneca, fue eclipsado de repente por el fulgor de la felicidad gracias a la llegada de los amorosos hijos, nietos y bisnietos de Martha.

Apareció el primer coche color blanco y Martha exclamó: “¡mis amores!” Del interior del automóvil, detenido frente a Martha, se oyó un grito en coro: “te amamos mamá abuela”.  Luego sacaron unas bolsas. Llamaron a Graciela, la trabajadora doméstica. Le entregaron despensas y un cono de huevos.  

Y mientras el coche blanco avanzaba,  besos al por mayor fueron lanzados con todo amor para Martha. Manos ondeando al viento y labios exclamando “hasta luego, te amamos; Dios te  bendiga mamá abuela”.

Martha correspondió con besos y la exclamación “una vez más, todo mi corazón”.

Sin dar tiempo a que la sonrisa desapareciera del rostro de Martha, apareció un segundo auto azul. Una joven gritó antes de llegar frente a su abuelita: “Vamos a venir pronto mamá abuelita”.
-      Yo lo sé madre, yo lo sé corazón. Gracias mi vida – Fue la respuesta de Martha.

También dejaron su despensa y otro cono de huevo. Esta vez Lenny, la hija, corrió a recibir el regalo de los visitantes.

Siguió un coche color arena. Siguieron los besos, más despensas y otro cono de huevos. “Te amo mamita linda”, gritó el conductor y lanzó un beso con las manos. “Yo lo sé padre; Dios los bendiga”, respondió la feliz mujer.

-      Mucho ánimo, mamita
-      Gracias amores

En el desfile tocó el turno a una camioneta blanca. El conductor bajó y abrió la cajuela. Sacó una caja grande con despensas. Lenny aún seguía con las manos ocupadas y recibió más cosas. Llamaron a Graciela que no salía de su asombro.

El joven dejó la caja en el suelo y sin acercarse mucho a Martha (guardan su distancia para no afectarle su salud, por ser de la tercera edad y más vulnerable) lanzó su declaración de amor a su madre: “Te amo mucho mamita chula. Dios te bendiga mamita linda”.  La respuesta no se hizo esperar. “Los amo. Dios los bendiga, corazones”.

Martha aún digería la radiante sonrisa en su rostro, cuando otro claxonazo provocó un vuelco en su corazón. Apareció un coche azul Mini Cooper. De su interior surgió un grito infantil: “Mamá abuelita, te amamos; abuelita te amamos”.  “Yo lo sé  madre, yo lo sé… Dios los bendiga”, le contestó ella. Una bolsa azul, con despensas y otro cono de huevos, fue entregado a Lenny.

Esta vez fue la voz de la nuera quien acarició el oído de Martha: “Te amo mi reina querida, te amo. Cuídate mamá abuelita”. A punto del llanto por la inmensa emoción contenida en su pecho, Martha gritó: “Sí mi vida, igualmente”.

Tras la partida del Mini Cooper regresó el silencio. Una camioneta roja arribó al lugar. No hubo sonidos de claxon, tampoco gritos al interior del auto.  Esta vez la exclamación fue de los labios de Lenny: “¡Mi vida!”, y de la mamá abuela: “¡Ay mi Pame!”

Pamela es una de las nueve bisnietas. Al ver a Martha, la pequeña  quería quedarse. La madre de Pame deseaba lo mismo, pero no era posible, otra vez será.
La niña observaba desde el auto. Cómo explicarle que no puede ser abrazada ni besada por la amorosa mamá bisabuelita. Cómo decirle que un virus ha inundado el mundo y obliga al confinamiento en los hogares. Como hacerle entender que los besos y abrazos están prohibidos, que debe acatarse una sana distancia aunque ello implique poco a poco ir enfriando la cálida relación familiar. Pame no lo entendería porque es muy pequeña, pero más tarde lo entenderá. “Vendremos más tarde”, prometió su madre.

Y cuando parecía que todos se habían machado y que el sol de la alegría se había ocultado, los autos regresaron uno a uno, en el orden que llegaron. Ya no hubo despensas, pero si muchos besos, frases de amor y lágrimas reprimidas. Y con claxonazos y gritos de amor se despidieron.

Lenny tomó una hoja de cuaderno doblada y la entregó a su madre. “Es una carta”, le dijo. Martha abrió la carta. No tenía más que dos palabras: Te amo. Una imagen: un rojo corazón. Y un nombre: Zoé (otro bisnieto).

La mamá abuelita hizo un gesto en el que mezcló todo su amor, alegría, felicidad y nostalgia. No pudo hablar. Un nudo en la garganta se lo impidió: el volcán de emociones no hizo erupción. Quizá más tarde… Y la tarde llegó. El sol se ocultó sonrojado, pero feliz por atestiguar tan grande muestra de amor fraternal. El desfile de amor hizo inmensamente feliz  a la mamá abuela Martha. Sembró con desvelos, con amor y paciencia. Hoy segó con sonrisas, alegría y felicidad.

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