* El cadáver de "Chato" fue abandonado dentro del ataúd, en la acera frente a su casa.
* Luego de varias horas por fin fue levantado y llevado al panteón
Los peatones pasaban lo más rápido y lo más lejos posible del ataúd. Volteaban por un instante sólo para pensar en lo cruel de morir en tiempo de contingencia por el coronavirus: no hay velorio, no hay llantos de los familiares, no hay entierro como muchos esperaban el día de su partida.
La escena se desarrollaba en silencio, cerca del mercado de Copainalá. Los que observaban a lo lejos comentaban en voz baja:
- Pobre Don Chato, cómo vino a acabar.
- Si pues, en vida tuvo su paguita, pero ahora no le sirvió de nada.
Los peatones reprobaban que la familia de Don Chato le haya dejado en la calle, literalmente, tras morir, por temor a que fuera a contagiarlos.
- Pero si dicen pues, que ya muerto no puede contagiar
- Onde vaste a creer, claro que sigue contagiando, y por qué es que los queman pue.
El diálogo seguía entre los curiosos. Mientras tanto el ataúd seguía en la calle, sobre la acera, frente a la casa de Don “Chato”, quien es hermano de “Turi”, hijo de doña Escolástica.
Fue la madrugada de ayer, alrededor de las 5:00 de la mañana, cuando presuntamente Don “Chato” falleció. No le hicieron la prueba, pero la gente considera que fue por COVID-19. “Tosía, tenía fiebre, fue de eso”, dicen.
Las horas transcurrían y nadie se llevaba el ataúd.
Salomón, “El Güero”, que trabaja con la funeraria local, comentó con los curiosos: “Yo pasé, Yo pasé, ayer y lo vi. Pero con dolor de mi corazón no me arrimé. Y eso que somos parientes. Porque somos parientes, aunque sea de lejitos, pero la verdad que sí somos parientes. Independientemente de que somos parientes, son muy buenas gentes, buenas personas, pero de eso a que me contagie y me lleve la pelona, pues mejor no me arrimo”, se sinceró.
Finalmente trabajadores de la funeraria local levantaron el ataúd y lo llevaron al panteón de Copainalá. El dueño de la funeraria es primo con la señora Escolástica, madre de “Chato”. Tal vez por el parentesco, quizá por ser su trabajo o por temor a la “boca” de los copainaltecos, se dio el servicio de inhumación. “Triste morir en tiempos del COVID-19”, dijeron los peatones mientras veían que el ataúd era llevado al camposanto: no hubo cortejo fúnebre, ni cuetes, ni marimba, ni llantos, ni flores para el que se fue.
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