Después de meses de pausa a las ya acostumbradas manifestaciones violentas, este lunes el vandalismo disfrazado de protesta estudiantil regresó a la capital chiapaneca con la serie de destrozos dejados por jóvenes que se identificaron como estudiantes de la Escuela Normal Manuel Larrainzar e integrantes de la Coordinadora de Estudiantes Normalistas del Estado de Chiapas (Cenech).
La protesta que terminó con una unidad del Conejobus y una motocicleta quemadas, así como varias afectaciones provocadas por los cohetones lanzados hacia edificios públicos y un camión de Coca Cola secuestrado, reavivó un tema que se ha convertido en un viejo lastre, lejano a las drásticas soluciones definitivas que amerita.
No hubo fuerza policial ni autoridad para detener en embestida de los seudoestudiantes. Los actos vandálicos iniciaron y concluyeron sin mayor complicación, afectando la propiedad y tranquilidad de muchos, menos a la de los objetivos de la protesta misma. Así como transcurren ese tipo de “movilizaciones” irracionales.
Las consignas de la protesta fueron nada nuevas. Se trata de la misma exigencia de siempre para incrementar el número de matrículas a fin de recibir más alumnos de nuevo ingreso y, por consiguiente, elevar la cantidad de contrataciones para interinatos. Tan sólo para la Escuela Normal Manuel Larrainzar pidieron pasar de 70 a 300 el número de matrículas disponibles.
Y es que el problema que significa el examen de selección para asignar plazas magisteriales y la disposición de las mismas tiene su origen en principios tan básicos como el de la oferta y la demanda. En Chiapas no se generan tantos espacios laborales para docentes como la gran cantidad de egresados de escuelas normales que año con año se suman a la lista de espera.
Si bien la cobertura educativa aún es insuficiente, la realidad tiene que entenderse y asumirse tal cual. Actualmente la creación de nuevas escuelas de educación básica es prácticamente inexistente, no se habilitan muchos nuevos espacios magisteriales y la sustitución de docentes por jubilaciones resulta mínima en comparación con la demanda de plazas laborales.
En su momento, las escuelas normales fueron creadas para cubrir la necesidad de docentes y nutrir a las nuevas escuelas carentes de personal educativo. No obstante, hoy la realidad es distinta, la exigencia de nuevos profesores se ha reducido drásticamente, por lo que no se requiere de esos numerosos egresos normalistas que ya no responden a las necesidades.
Desde hace años se ha expuesto una propuesta de solución que implicaría cerrar algunas carreras y escuelas normales o reducir drásticamente las matrículas, pero nada se ha concretado. Dichas instituciones siguen abriendo semestres de manera irresponsable como si de verdad existieran espacios de trabajo para sus miles de egresados.
Con la infiltración de intereses y grupos idealistas anárquicos durante décadas, las escuelas normales también se han acostumbrado a hacer uso de la violencia y los “mártires” convenientes para imponer sus exigencias. Han dejado muy lejos la vocación magisterial para, en algunos casos perfectamente identificables, convertirse en grupos de choque.
Nada justifica los procedimientos violentos cometidos por los estudiantes este lunes. Se debe reconocerse que hechos como los de ayer y otras tantas manifestaciones similares son consecuencia de un modelo de formación y carrera magisterial que requiere ya de ajustes forzosos, por más dolorosos que parezcan. Muchos le han huido al problema para darle la solución definitiva que requiere, por las consecuencias inevitables y el costo político, pero es una decisión que debe tomarse ya… así las cosas.
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