El engañoso semáforo epidemiológico y la equivocada sensación de relajación que genera entre la población podrían terminar convirtiéndose en uno de los mecanismos oficiales más riesgosos y contraproducentes aplicados durante el evidente rebrote que ya afecta a todo el país, sin excepción, aunque las cifras de algunas entidades digan lo contrario.
La nueva escasez de insumos clínicos para suministrar oxígeno, las filas de espera en laboratorios y consultorios para diagnosticar cuadros respiratorios relacionados con la Covid-19 y las esquelas incrementando su presencia dentro de las redes sociales durante las últimas semanas son prueba de eso evidente y palpable que, por más que se intente, es imposible ocultar.
El rebrote o la segunda ola de la enfermedad (como prefiera llamársele) es una realidad que muestra ya sus fatales consecuencias en todo el país y Chiapas, con todo y su “semáforo verde”, no es la excepción. Los nombres de enfermos conocidos y los fallecimientos de personas cercanas son cifras extraoficiales que no dejan espacio a dudas sobre la verdadera realidad dolorosa, silenciada o disfrazada a conveniencia.
Lo que poco se dice es que el “semáforo epidemiológico” no tiene nada que ver con el número de nuevos casos confirmados, y ya ni que decir con las cifras reportadas por hospitales o laboratorios privados que parecen “extraviarse” en el camino de los conteos oficiales, sino con la ocupación hospitalaria reportada a la Secretaría de Salud federal. Se trata pues de un mecanismo que resulta francamente engañoso.
Si bien el modelo Centinela, aplicado por el gobierno federal para realizar las estimaciones de la pandemia en México -con base en el muestreo oficial- estima un esquema de entre 8 y 10 enfermos por caso confirmado, lo cierto es que los informes diarios de las autoridades parecen haberse quedado muy cortos ante lo que la ciudadanía reporta todos los días de manera extraoficial, sobre todo en lo que se refiere a las defunciones intradomiciliarias.
Y es que, debido a lo limitado de la capacidad hospitalaria, el miedo a perder contacto definitivo con sus familiares y la necesidad de llevar los procesos de recuperación al interior del propio hogar, muchos -bien o mal- han decidido cuidar a sus enfermos con problemas respiratorios en casa, desencadenando gastos cuantiosos en renta de tanques de oxígeno y compra de medicamentos especializados (con sobreprecios); fuera del control estadístico de las autoridades sanitarias.
No hay condiciones para regresar a clases; ni siquiera para mantener abiertas actividades de alta concentración como las que hoy están permitidas en las entidades con “semáforo verde” por evidentes intereses económicos. Pero qué más se le puede hacer. En México esa ha sido la decisión tomada ante la presión de una economía bastante lacerada que no tiene de otra que solapar esa falsa normalidad suicida, mientras otras naciones ya transitan por un tercer proceso de confinamiento.
En nuestro país los reportes oficiales mantuvieron la atención de la ciudadanía mientras la pandemia se veía lejana o ajena al entorno de la gran mayoría. Hoy las cifras oficiales francamente ya no tienen utilidad real y mucho menos credibilidad para la ciudadanía. Se han convertido en cuadros estadísticos de protocolo diario, bastante lejanos a la dolorosa realidad de miles enfermos y víctimas mortales ajenos a esas cifras oficiales convenientes… así las cosas.
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