* Filogonia, mujer indígena de la tercera edad, pierde su exiguo recurso cada día en las máquinas tragamonedas.
El viento frío hace temblar a algunos capitalinos, pero ella está acostumbrada a los climas fríos. Oriunda de Zinacantán, radicada durante varios años en San Cristóbal, Filogonia no usa abrigo ni calzado. Orgullosa viste el traje indígena de su región.
Luego de vender sus pocas verduras y obtener un poco de ganancias, encamina sus pasos hacia la esquina de Calle Central y 8a Sur. Allí le espera su "droga". Hace tiempo que la mujer indígena cayó presa en la adicción del minicasino instalado dentro del local donde se vende frutas y verduras.
La mujer que la acompaña le da ánimos y la motiva a probar de nuevo su suerte. El día 11 del mes 11 la mujer de la tercera edad no tuvo buena suerte. Perdió todo lo que llevaba. Hoy la historia se repite.
"Ay pobre la tía, en vez que hubiera comprado su bolsa de pan y su bote de café, aquí lo viene a regala su paga. Cochino vicio que agarró", comenta un joven que trabaja a lado y la ve llegar a diario.
Filogonia se revisa su bolsa. Ya no hay dinero. Sonríe, mira la máquina y las hileras de monedas apiladas adentro, tentadoramente. No es que a ella le guste el dinero fácil. Es mujer de trabajo y esfuerzo, pero le gusta la adrenalina, la emoción de jugar. Lamentablemente, de forma imperceptible, se hunde en el vicio que consume su exiguo recurso.
Esporádicamente, la Fiscalía General de la República realiza tímidos operativos para decomisar estos minicasinos que minan la economía de niños, jóvenes y ahora hasta de personas de la tercera edad. Filogonia se volvió adicta al juego.
No hay comentarios:
Publicar un comentario