El momento llegó. Los ángeles del cielo están sorprendidos. Deben despedirse de su Señor. Pero esta vez es diferente. No viene a la tierra a través de las nubes, sino por medio del vientre de una mujer, una humilde campesina de Galilea.
En un segundo, Dios omnipotente se convierte en un embrión. El majestuoso Creador del universo es ahora un diminuto óvulo fecundado. Aquel que sostiene a todos los mundos con su poder ahora depende del cuidado de una jovencita llamada María.
Jesús nació. No fue un 25 de diciembre, como lo celebra el mundo. No importa la fecha verdadera, lo importante es que nació para salvarnos. Se humanó por ti y por mí. Dejó su trono de gloria, la adoración de los ángeles para nacer en un humilde y maloliente pesebre.
“Y el Niño crecía en gracia y estatura para con Dios y los hombres”. Jesús comía, dormía, sudaba, se cansaba. Era tan humano como tú y como yo. Por eso le encantaba auto denominarse Hijo del hombre en vez de llamarse Alfa y Omega, Príncipe de paz, Admirable consejero, Dios fuerte.
Jesús, el Hijo del hombre, está en su carpintería. De repente se martilla un dedo. Exclama de dolor y se chupa el dedo golpeado. Luego guarda sus herramientas, se despide de su madre y coloca un letrero que dice: Cerrado definitivamente.
Jesús inicia su ministerio público. Juan el Bautista lo presenta como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Durante tres años y medio, Jesús predica, enseña y sana.
Un día su amigo Lázaro muere. Jesús llora ante la tumba de piedra. JUAN 11:35. Es el versículo más corto de la Biblia, pero el más extenso en significado, porque revela que Jesús era tan humano como cada uno de nosotros. Muestra que Él entiende tu dolor, que ve tus lágrimas y no sólo eso, sino que llora junto contigo, porque te ama, porque es tan humano como tú y como yo.
Durante los tres años y medio de ministerio, Jesús sufre el acoso de Escribas y Fariseos instigados por Satanás. Llega el clímax del sufrimiento. Judas, con un beso y por 30 monedas de plata traiciona a su Maestro. Jesús es aprehendido. Todos huyen. Lo dejan solo.
Antes, Jesús ha sudado sangre en el Gethsemaní. La tensión por la pesadísima carga pecaminosa de todo el mundo era tal, que los vasos sanguíneos de Jesús explotaron, literalmente.
El Dios todopoderoso encarnado en hombre tiembla y angustiado exclama: “Padre, si quieres, si puedes, si es posible, pasa de mí esta copa”. Tu salvación y mi salvación, la de todo el mundo, se tambalea en las temblorosas manos del Redentor. Satanás lo incita a claudicar. Le dice que no vale la pena seguir. Le muestra a los millones de seres humanos ingratos, malagradecidos que no valorarán su sacrificio.
Pero Jesús aparta sus ojos de esta escena y también ve, con ojos proféticos, a sus hijos que serán agradecidos. Te vio a ti y a mí y decidió beber la copa amarga. “No se haga mi voluntad sino la tuya”, dijo. La batalla fue ganada. Amén.
JUAN 3:16 resume el plan de salvación por amor. Todo fue por amor. Al padre nadie lo obligó a dar a su Hijo. A Jesús nadie lo obligó a dar su vida. Tomó la forma de siervo de forma voluntaria, se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz.
Jesús es azotado, escupido, abofeteado, escarnecido. Finalmente lo desnudan totalmente y lo crucifican ante la vista de todos, incluso de su madre. Sus labios se abren en 7 ocasiones. Una de ellas fue para decir “sed tengo”. Aquél que con poder abrió la roca y dio agua en el desierto a dos millones de israelitas sedientos, ahora tiene sed porque es tan humano como tú y como yo.
Tras una breve pausa, el sufriente Redentor vuelve a abrir sus resecos, pálidos y temblorosos labios. “Padre, por qué me has desamparado” es que Dios había escondido su rostro para no ver la desnudez y el sufrimiento de su Hijo, pero sobre todo porque el pecado es horrendo ante la vista de un Dios Santo y ahora Jesús está cargando con los pecados de toda la humanidad, lo que abre un abismo de separación entre el Padre y el Hijo, que siempre habían sido Uno desde la eternidad.
¿Qué mató a Jesús? No fueron los clavos, ni las espinas, ni la sed, ni la lanza del soldado romano en su costado, ni la vergüenza de la desnudez. Fueron tus pecados y los míos, los de todo el mundo, lo que desgarró el sagrado corazón de Jesús.
¿Sabes? La muerte de Jesús fue terrible porque Él, sólo Él, sufrió la muerte segunda, para que tú y yo no tengamos que padecerla.
Un pintor hizo un cuadro, con Jesús bañado en sangre, totalmente desnudo. Al pie de la cruz escribió: “esto hice yo por ti… ¿qué has hecho tú por mí?
¿Qué responderás? El apóstol Pablo respondió en GÁLATAS 2:20 “Con Cristo estoy juntamente crucificado y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí, y lo que ahora lo vivo en la carne lo vivo por fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”. Esa fue su respuesta de amor. El amor no se paga, se corresponde. ¿Quieres corresponder al sublime amor divino?
Que esta Semana Santa sea de reflexión. Bendiciones
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