Vende chiles curtidos en la colonia Los Laureles, de Tuxtla Gutiérrez. Usted puede visitarla, saldrá bendecido.
El tiempo no la perdona, pero ella perdona al tiempo. Es más, perdona a los que la olvidaron. Perdona al que le robó los productos que con tanto esfuerzo prepara y vende. Ella ama a todos, aunque muy pocos la aman a ella. Ella es Toñita, de 78 años de edad. Vende chiles curtidos en la colonia Los Laureles, de Tuxtla Gutiérrez. Usted puede visitarla, saldrá bendecido.
A paso lento sube a la acera. Con cuidado y dificultad se arrodilla. Da gracias por haber llegado con bien y pide la bendición divina para la jornada diaria.
De la cubeta de plástico saca varios botes con chile curtido, voltea la cubeta y sobre ella coloca algunos botes. Otros, van sobre el suelo. La escena se desarrolla sobre el bulevar Laureles de la colonia Los Laureles.
Toñita tiene 78 años de edad. Es oriunda de Cintalapa, Chiapas. Sobrevive vendiendo chiles curtidos, a 100 pesos el bote.
Su oración es respondida casi de inmediato. Un automóvil color blanco se detiene de norte a sur, antes del "local" ambulante. Toñita no quiere ni puede ir a vender al centro de Tuxtla. No podría sufrir una pérdida al ser incautada su exigua mercancía por los celosos fiscales. Tampoco puede pagar un espacio en un mercado. Apenas trae unos 10 botes de chile. La ganancia neta será de 100 pesos, a lo mucho.
Una refinada señora desciende del auto. Ella vive en la colonia Los Laureles y decide apoyar a Toñita comprándole un bote de chile.
— Está muy sabroso — dice en su relato de venta la vendedora
Un motociclista se detiene luego. También atraído más por la ancianita que por los chiles.
— Buenos días tiíta. ¿Tiene Chile blanco?
— Es habanero cristal y tempemchile
— ¿Blanco no tienes usted?
—No padre, está muy caro, a 450.
Toñita destapa un bote de chile Habanero y le pide al potencial cliente que se quite el cubrebocas.
— Ahhhh huele rico
— ¡Claro! éste es mejor que el chile blanco. Está quitada la semilla, horneado y colado. Lleve el que usted quiera.
Toñita domina su oficio. Al ver que el marchante duda, porque cree que el precio es elevado, le explica.
La medida de chile (ambos) está en 125 pesos. Pido rebaja a 110 pa que salga algo. El limón sigue caro. Algunos dan barato, pero es lo escogido, limonotes que ya van a tirar, todo seco. Yo le echo del mejor.
Toñita abre el bote que se ve rojo, no es pintura, es chile licuado. Destapa y sobre la tapa deja caer un poco.
— Pruebe usted.
— Ahhhh es tempenchile concentrado. Ta bravo, rico.
— Yo vendo cosa buena.
— ¿Cuál me recomienda?
— Yo el que como con mi frijolito, mi pozol y cuando tengo mi paguita con mi arroz, es el Habanero. Quita la gastritis.
El motociclista sufre viendo el bote. Y pregunta a Toñita si ella produce el chile.
"No es mía la paga de lo que vendo, lo reparto. Es que lo fío mis cositas. Yo lo hago, pero compro bote, chile, limón, sal, jengibre, condúa y varita pa que no arda el estómago", explica. El motociclista entiende entonces que a Toñita le queda una mínima ganancia. Toma el note de chile Habanero y paga 100 pesos. El precio es bajo.
— No he desayunado — dice Toñita.
— ¿Y su apoyo de gobierno? —pregunta el motociclista.
— Ay papito, ya lo debo. Me enfermé... Lo puede usted acabar el caldito y lo repone usted con el jugo de limón colado. Y listo.
— Paciencia. — dice lanzando un suspiro.
— Ayuno, enfermedad y sin paga. No muy veo, le veo borroso, como neblina. Tanto moler chile, lo fuerte afecta. Llevo tres años moliendo y vendiendo chile. Es que me puse muy enferma y es lo único que puedo hacer
— Tía, a sus 78 años la veo entera. Hay gente de 80 en cama.
— Porque no trabajan —dice
Ella trabaja, pero igual se enferma. Sufre artritis. Estuvo enferma, la inyectaron y le dejaron una bola que le dañó los tendones. Le cuesta caminar.
— Se me duermen las piemas. Ahí le busco. ¿Quién me va a dar sentada? No tengo familia.
Voltea el rostro surcada por las arrugas y manchada por el sol y la edad. Tiene ganas de llorar. "Ojalá me siga trayendo la, señora. Aunque es poco lo que gasto en pasaje para mi es bastante", dice.
"Llegando allá voy a pagar. Si me queda 100 pesos es mucho". Y no viene diario. A veces hace bastante y otras, poco, porque no le dan crédito.
—Hágase a la orilla, por los carros.
—Me respetan, gracias a Dios
Voltea hacia atrás y arriba. "Me pusieron cámaras, orita lo están viendo. Es que me pasó a robar uno. Se llevó 2 botes. Pero lo miraron en la cámara y lo fueron a seguir. Don Marden también puso cámara al otro lado de la calle".
Se ríe al recordar y luego se pone seria y triste. "Lo trajeron (al ladrón) que devolviera, le dieron sus cachetadas. Les dije déjenlo que se vaya, no le peguen, tambien está haciendo su lucha".
"Gracias a Dios algunos me quieren", agrega. Cuenta que el 10 de mayo, Marden Camacho, el empresario avícola, le dio dos pollos asados.
"Sembré de joven, ahora lo toy cosechando. Ayudaba a las personas grandes, enfermos. Lavaba y planchaba su ropa. Cuánto le debo tía me decían. Nada hija, estoy cooperando, les decía. Ahora gente que no conozco me pasan a dejar mis 10 pesos", dice con un dejó de tristeza.
Es que a sus 78 años, con sus achaques y carencias, vislumbra sombrío el panorama.
— No se le vaya a deladear. — dice al cliente.
Toñita no da bolsas. Es por ecología, pero más por la crisis.
— Dios le bendiga — Dice al cliente que se marcha bendecido.
Charlar y ayudar a Toñita es una bendición.
Ora. Al llegar y antes de iniciar su venta. Ora al terminar y antes del viaje de regreso.
Creo en Dios. Tengo mis santos, pero me arrodilló y le pido a Dios, no a los santos, dice al final. Toñita es una guerrera, démosle las armas para seguir en la batalla. La vida es lucha y el que no lucha no vive.
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