Los vivos sintieron menos que los muertos.
Ha tenido pocas alegrías y satisfacciones. Ni siquiera la noche del 1 de noviembre pudo disfrutar de los dulces que algunos regalaron. No tuvo para comprar un disfraz. Es un niño trabajador, pero ayer tuvo pocos ingresos, pocas personas demandaron sus servicios en el Día de Muertos.
De vez en cuando movía los pies y su mirada seguía fija en la llave, esperando que llegaran personas para abastecerse del vital líquido y poderles ofrecer sus servicios.
Lo acompañaba una cubeta de plástico azul celeste sobre el piso, esperando el momento de ser llenada y llevada a una de las tumbas. Pero la espera se prolongaba. Llegó una mujer por agua y el niño tímidamente le ofreció desde su lugar el servicio. "Le doy un viaje de agua señito", exclamó. La mujer lo vio de reojo y movió la cabeza indicando que no requería el servicio. Llevó su propia cubeta, es joven y puede cargar.
Esta historia se repiió a lo largo del día uno y 2 de noviembre. Fueron pocas, muy pocas las personas que le dieron la oportunidad de servir a este niño.
Siendo así tuvo que abaratar sus costos. Primero cobraba 10 pesos por un viaje. Luego lo bajó a 5, después tuvo que dejar a la libre elección de la persona "hay lo que guste dar", les decía. Pero aún así con la oferta por el servicio, pocos, muy pocos seguían requiriendo los servicios del aguador infantil.
Parece que no solamente los que están bajo la tumba están inertes, indiferentes a lo que ocurre alrededor. También los que se precian de estar vivos parecen estar en la misma condición que los fenecidos. Pocos se percatan de las necesidades de sus semejantes, pocos entienden el dolor, la tragedia, el calvario interno que tienen que vivir algunos como este niño que acude cada día al panteón Jardín San Marcos en busca de un sustento, un ingreso para su familia donde él se ha convertido en el hombre de la casa. Tiene que trabajar y el problema es que el trabajo que él ofrece no es requerido, no es valorado, no es aquilatado, mucho menos remunerado. Y eso duele.
El sol se iba ocultando. Empezaba a nublarse y a bajar la temperatura y eso incrementaba la depresión del niño que ya ni siquiera volteaba para ver quién llegaba a la llave de agua. Ya ni siquiera hacía el intento por ofrecer sus servicios. habían sido tantas negativas que parecía resignado, parecía que se había dado por vencido.
Pero parece que el frente frío ha congelado los corazones, las sensibilidades de las personas y ya no hay solidaridad y ya no hay altruismo, ya no hay empata.
Es el siglo XXI que parece vivir en el polo ártico, es el tiempo profetizado bíblicamente cuando "a causa de la maldad el amor de muchos se enfriará, pero el que persevere hasta el fin éste será salvo". Sí, ese sendero es muy angosto y son pocos los que transitan a través de él. Son pocos los valientes que deciden ir contra corriente y contra toda lógica humana.
Es momento de revivir el fuego del amor, de la compasión, de la simpatía y empatía para ver por los demás incluso antes que por uno mismo.
El amor se está enfriando. El amor, al menos el profeso amor humano, se está muriendo. Lo cierto es que el amor real, el amor divino que debiera impregnar los corazones humanos, ese... nunca, nunca deja de ser.
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