Un concierto de varias horas, un anciano con una vida de recuerdos, unos cuantos pesos en un recipiente semivacío ignorado por los que pasan indiferentes a su lado...un día para el olvido como el que le han infligido a este artista urbano y callejero.
Compró su bocina, hizo una compilación de pistas, se preparó a conciencia, llegó ilusionado cargando su bocina, el micrófono, una mochila y el recipiente de color rojo para ver si así llamaba la atención. Y no fue así. Su esfuerzo fue arrojado al abismo de la apatía y fue sumergido en el pantano de la indiferencia.
Su voz casi apagada, apenas perceptible, sus arrugas y sus canas denotan claramente unos 70 años vividos. Trata de mantenerse en pie y le cuesta, sin embargo no hay dónde apoyarse. Tiene que permanecer firme mientras va hilando frases, versos de canciones que antaño compusieran algunos, pero que hoy los retoma tal vez como homenaje, tal vez como necesidad.
Pensando en que tal vez pueda olvidarse de la letra lleva una pequeña libreta donde tiene anotadas las canciones a entonar. La libreta permanece bajo la axila del brazo izquierdo, con el mismo que sostiene el recipiente de color rojo en espera de que las monedas puedan ser depositadas. En la mano derecha sostiene el micrófono.
Hace pequeñas pausas durante las canciones y entre una canción y otra, pero a veces deja que continúen tres, cuatro y hasta 5 canciones hiladas.
Parado en un extremo del mercado San Juan, pasando el pasillo principal del lado sur, junto a un local de frutas y verduras, entona la primera parte del concierto. Pero el bote sigue vacío, no importa que el recipiente sea de color rojo, como el color de su gorra, no llaman la atención, nadie se fija en él y así lo dice una de las marchantas. "Pobre tío nadie le hace caso, nadie lo voltea a ver, quién se va a detener", pregunta la mujer.
Y tiene razón. La voz de esta mujer revela el sentir de la mayoría. Los locatarios están enfrascados en su labor de venta cotidiana, tienen que apurarse para despachar, para dar cambio, tienen que sacar lo necesario para pagar la mercancía comprada y luego con las ganancias reinvertir el capital y tomar un poco para los gastos de la familia.
Los compradores, de igual manera, tienen prisa. Hay escuela, hay trabajo, el tiempo se va como agua entre las manos, es un día de actividad, hay mucho que hacer. Las amas de casa tienen que hacer el aseo de la casa, lavar la ropa, planchar, ayudar a los hijos con las tareas.
Hay mucho que hacer, así que todos viven de prisa. El ritmo de vida es vertiginoso y casi nadie se da el tiempo para detener el tiempo. Nadie decide poner el pie en el pedal del freno, siempre está en el del acelerador.
Por eso mientras el anciano canta y canta, todos pasan a su lado indiferentes, apáticos, de prisa. Pocos lo voltean a ver. La música se oye fuerte, pero su voz se va oyendo cada vez más apagada, más debilitada. Es su edad, es él cubre bocas. Seguramente es el desánimo por ver tan poca o nula respuesta a su labor, a su esfuerzo realizado.
Así que decide cambiarse de lugar, a lo mejor es el sitio el que tiene la culpa. Así que se coloca al extremo opuesto de donde se encontraba el principio y también varía un poco su repertorio. De los boleros pasa a la música un poco más movida, no tan movida que pueda agotarlo más físicamente. Así que pone pista de la Sonora Santanera y canta "Amor de cabaret" y "La boa".
Pero tampoco funcionan el cambio de lugar ni el cambio de repertorio. El recipiente rojo sigue semivacío. La música es más para personas de la tercera edad y son las que más llegan a comprar al mercado. Pasa una señora de cabello blanco junto a él, pero ni siquiera por ser de su edad, ni siquiera por ser la música de su tiempo se detiene a darle unas monedas al artista urbano callejero.
Es notorio el desánimo en el septuagenario, voltea de vez en cuando hacia los lados, pero nunca hacia atrás. Su mirada es hacia el frente y a los lados, no desea retroceder, no desea claudicar, no tiene por qué hacerlo. Aunque hoy parezca que el día ha sido malo, él espera que haya un mañana diferente, tiene fe y esperanza de que el mañana puede ser mejor. Se aferra a esta tablita de salvación aunque el barco parece estarse hundiendo.
Y para tomar un segundo aire entona la canción "Que ironía", del grupo "Los muecas".
"Tus mentiras me hicieron adorarte, te pedí tu amor y me lo diste que ironía, pues sólo me fingiste", entona en la primera parte. Apenas se le entiende, casi musita la canción.
En la segunda estrofa "Ahora solo camino por la vida, llorando por ti mi gran amor... No te guardo rencor, pues al contrario, tus mentiras me hicieron adorarte, te pedí tu amor y me lo diste que ironía, pues... Y se queda en silencio. Debería agregar "sólo me fingiste", pero no lo hace. Quizá se le olvidó la letra, tal vez se quedó sin aire para completar el verso, pero posiblemente sea el dolor de un recuerdo no tan grato de alguien que le fingió.
Puede ser quizá la simulación de la gente que pasa a su lado, fingiendo oírlo, aparentando solidaridad, simulando comprensión e intentando ser un buen samaritano, pero sucumbiendo a la realidad de la apatía e indiferencia. El bote rojo casi vacío lo corrobora.
Y para remachar su verdad, el artista septuagenario canta "Miénteme", de Víctor Yturbe "El Pirulí".
"Voy viviendo ya de tus mentiras, sé que tu cariño no, no es sincero. Sé que mientes al besar y mientes al decir te quiero, me conformo porque sé, que pagó mi maldad de ayer". Casi quiere llorar al promunciar cada palabra. Casi hace suya la frase del extinto Vicente Fernández "también de dolor se canta cuando llorar no se puede". Casi se da por vencido, pero continúa:"Siempre fui llevado por la mala... Miénteme más que me hace tu maldad feliz"..
"Y qué más da, la vida es una mentira", dice la canción y casi se convence el artista de que esto es así. Ve mentiras por doquier. Nadie es veraz, transparente, honesto.
Un momento, piensa. El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, es diferente. El dice que su lema es "no mentir, no robar y no traicionar". Ayer cumplió 69 años, casi igual que él. Él ofreció apoyar a los de la tercera edad y lo está cumpliendo.
El concierto acaba. No hay monedas, no hay un solo aplauso ni una palabra de aliento para el cansado artista.
Y el anciano retorna a casa. La mochila cargada de expectativas al principio, ahora regresa vacía. Esperaba, quizá, llevar algunas cosas del mercado con el dinero ganado, pero no fue posible.
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