Reynol, de 69 años de edad, con 54 de trabajar la albañilería, celebra su día con preocupación por el futuro.
Reynol se mira las manos, manchadas de cemento, encallecidas y con arrugas. Y se pregunta "¿hasta cuándo voy a tener fuerzas para seguir trabajando?" Tiene 69 años de edad, ya no ve bien, pero es lo único que sabe hacer. Es albañil desde los 15 años. Hoy celebró su día, pero con un dejo de tristeza y preocupación por el futuro incierto.
—No, no tuve estudio. Mi padre era muy pobre, éramos cinco hijos y nunca tuvo recursos ni deseos de darnos escuela —Dice triste y cabizbajo Reynol, mientras apura un bocado. Les toca colar la losa este día.
Acompañado por sus chalanes y un albañil más, Reynol desayuna. Colocaron dos botes de pintura vacíos y una tabla que les sirvió como mesa. No hubo pollo por parte del patrón, quizá para la comida haya, dice sonriente, optimista, pero a la vez preocupado Reynol.
El es un albañil de Chicomuselo, ahora está trabajando en Comalapa. Es una obra pequeña, una casita. A lo largo de su vida ha hecho de todo: Casas, edificios, escuelas y también casitas pequeñas. La obra más dolorosa fue construir la tumba de su suegro, justo el día en que se casó. Fue lo más doloroso. Sus manos temblaban al colocar cada ladrillo de la tumba. Las lágrimas regaban la mezcla de cemento. Aún se acuerda y le duele. Y piensa en el momento en que él tenga que irse también. No tuvo hijo varón, solamente cuatro niñas. Así que la dinastía de la albañilería acabará con él.
Su padre José Manuel era albañil, cuenta. Y él le enseñó a trabajar la albañilería. "No es fácil, se requiere fuerza y conocimiento", dice. Reynol sabe leer planos, aunque nunca fue a la escuela. Sabe hacer cuentas, aunque a veces le falla. "Me han llevado al baile", dice, cuando hace sus cuentas y cobra. Cree que con lo convenido saldrá y termina poniendo: le tiene que pagar a otros albañiles y ayudantes para acabar una obra que, en vez de dejarle dinero, le deja deudas. Su esposa lo regaña, su suegra también, porque no saca bien sus cuentas, pero ya está aprendiendo, dice sonriendo, a los 69 años.
Terminan de desayunar. El alimento fue humilde: huevito en torta con frijolitos. Esperan que por la tarde, a la hora de la comida, llegue el pollo cortesía del patrón. "Siempre dan cuando colamos. O también cuando es el día de la Santa Cruz", dice.
No puede faltar la cruz forrada con papel crepé. Debería ser de un solo color, pero toman varios colores, "no vayan a pensar que somos gay", dice un peón. "Es que fue el papel que encontramos", y todos sonríen.
Es una tradición colocar la cruz, pidiendo a Dios que proteja la casa para que no se caiga. Más que una cruz y más que superstición, dice Reynol, tenemos que ser cuidadosos de poner una buena zapata, un buen cimiento para la casa y para toda construcción. Ese es el secreto. "Pueden venir sismos, pero si hay buena zapata y buen cimiento, la construcción se mantiene de pie, asegura Reynol.
En la vida es igual. El ser humano con buenos cimientos, con principios y valores permanecerá inamovible y no se derrumbará ante la adversidad. Reynol ha vivido así. Se congrega a una iglesia cristiana donde ha sido dirigente.
Por sus principios y valores rechazó una tentadora oferta de un acaudalado millonario donde llegó a trabajar en una ocasión. No sabía quién era, dice, después se enteró que era parte de una organización delictiva. Le ofrecieron dinero regalado y no lo aceptó, le ofrecieron trabajar con ellos y también lo rechazó firme y amablemente. Y no se arrepiente, dice, prefiere comer tortilla con sal, pero honradamente y sin hacerle mal a nadie.
Tiene principios y valores que ha inculcado a sus hijas, que ya se casaron, ahora es abuelo. Tiene la fuerza para abrazar a sus nietos y nietas, tiene la fuerza aún para levantar la pala, el pico, la cuchara. Pero sus fuerzas se están agotando. Perdió un ojo en un accidente de trabajo. Con el otro ve poco.
Por eso Reynol se pregunta ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo podré tener fuerzas para seguir trabajando? Sus hijas le dicen que ya no trabaje, que descanse, que se siente, pero es imposible para Reynol la vida es trabajo y el trabajo es su vida. Quiere sentirse útil, realizado. Hacer lo que le gusta y sabe hacer albañilería. Pero la edad comienza a pasarle factura. Hoy vuelve a mirar sus manos encallecidas, encementadas, arrugadas. Ve el futuro incierto y dice ¿hasta cuándo?
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