Recordamos el nacimiento de Jaime Sabines Gutiérrez el 25 de marzo de 1926, en Tuxtla Gutiérrez.
Doña Luz dio a luz en marzo. La luz que irradió felicidad primaveral en el hogar situado en el corazón de Tuxtla, se extendió cual ola concéntrica desde la casa con lozetas color verde, como deseando eternidad y esperanza perenne. Ésta vio crecer al niño que un día, 73 años después, se hundiría en las tinieblas de la muerte, justamente en un mes de marzo también. Cerró así el ciclo de vida iniciado en el mismo mes. Sus ojos se cerraron. Sus libros, sus letras, su legado siguen abiertos. Era su anhelo, que tras irse de esta esfera terrenal sus poemas fueran recordados, así seguiría vigente, seguiría vivo. Hoy el aire capitalino nos trae sus recuerdos. Hoy se recuerda su nacimiento y su legado poético. Jaime Sabines tuvo de poeta y loco, no un poco. Nació y murió en marzo.
Sabiendo que el destino irremediable de cada ser humano es la muerte, Sabines escribió "no hay que llorar la muerte, es mejor celebrar la vida". Así el poeta mayor, el poeta que perteneció a todos, Sabines que solo hay uno, se fue llorando la hermosa vida y sacudiéndose el polvo de oro de la existencia que no retorna más. Ojalá pudiera retornar, pero hoy solamente es posible un homenaje, un recuerdo, un revivir de sus letras que siguen vigentes.
Si bien más de uno le teme a la muerte, Sabines dijo no tenerle miedo a nada. "Yo no le tengo miedo a nada, pero todavía no me explico por qué tiemblo cada vez que te veo", escribió.
La poesía era parte de su vida, la llevaba de forma inherente en cada paso, en cada pensamiento, en cada respirar. "En qué lugar, en dónde, a qué deshoras me dirás que te amo, esto es urgente porque la eternidad se nos acaba", decía. Su eternidad se acabó un día. Esa eternidad, ese segundo eterno es la grata compañía que nos llama a vivir un segundo a la vez.
En la pared de la casa que lo vio nacer, ubicada en la Segunda Poniente Sur de Tuxtla Gutiérrez, estaba escrita la frase "alguien me habló todos los días de mi vida al oído, despacio, lentamente. Me dijo ¡vive vive vive! Era la muerte". Lamentablemente fue retirada. Los dueños de la vivienda no desean que la gente llegue a tomarse foto al lugar. Han quitado cada vestigio de la vida del poeta chiapaneco.
Hoy su recuerdo es posible para aquellos que visitan el mirador Los Amorosos, donde la efigie de Sabines Gutiérrez luce sentado sobre una banca, de espaldas al norte, de espaldas al mundo. De frente al sur, de frente al amor. Es ahí en el Libramiento Norte Poniente donde convergen las parejas de amorosos que clandestinamente o con derecho tácito acuden de día, de tarde, de noche, a deshoras, para tener escenas de amor y desamor, para llorar y reír, para abrazarse o abofetearse, para amarse u odiarse... para inspirarse con la presencia del peatón poeta, del poeta peatón.
Su pluma, su voz y el humo del cigarro que siempre lo acompañaron no son más, no puede ser, no vuelve nadie, nada, no retorna el polvo de oro de la vida. El frío sólo existe en su tumba, hoy el viento sopla cálido, en el norte y en el sur, en todas partes de Tuxtla. Es el calor primaveral. Hoy sus cabellos crespos permanecen estáticos, inamovibles, como el sitio ocupado en la cumbre de la historia de las letras chiapanecas, mexicanas y mundiales.
Allí a su lado, sobre la banca se sientan parejas que llegan oliendo a distintas fragancias, huelen al amor y al desamor, huelen a abrazos y rechazos, ahí se han dado el primer beso y también el último. Ahí es punto de encuentros y desencuentros. El olor a sexo, cerveza y orines también son parte del lugar.
Decenas de parejas, aunque no sepan un solo verso del poeta amoroso, lo encarnan, sean enamorados o no, sean amorosos o no, el mirador sigue llamándose Los Amorosos.
Es ahí donde "los amorosos siempre se están yendo, siempre, a alguna parte. Esperan, no esperan nada, pero esperan, saben que nunca han de encontrar".
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