Domingo llegó a postrarse ante la virgen morena.
Como la viuda pobre, que con pena depositó sus dos monedas blancas y luego trató de huir a escondidas, pero fue encomiada por Jesús, el hombre de apariencia humilde toma siete velitas pequeñas, las enciende tímidamente y con manos temblorosas las deposita sobre el pedestal de latón. Antes hizo una oración de rodillas. Domingo es un chiclerito oriundo de San Juan Chamula, pero radicado por cuestiones de trabajo en Chiapa de Corzo. Es chiclerito desde hace 31 años. Su salud va menguando, no así su fe en la virgen de Guadalupe.
El hombre yace de rodillas dentro de la Iglesia de Guadalupe, en Tuxtla Gutiérrez. Llegó desde temprana hora, cuando habían pocos peregrinos al interior, aunque muchos se acercaban por las principales vías de la capital chiapaneca.
Vistiendo pantalón de mezclilla color azul deslavado, playera blanca de algodón (con el cuello bastante estirado, indicio de los varios años de uso), huarache de correas color café, el hombre lleva una pequeña mochila color verde olivo, que tiene la leyenda del equipo Pumas.
Domingo permanece de rodillas durante un buen tiempo, en silencio, con el rostro inclinado al polvo de la tierra en señal de humildad, reverencia y adoración. De vez en cuando levanta un poco la cabeza para observar la imagen de la virgen de Guadalupe que se encuentra al centro de la parroquia, rodeada totalmente de adornos florales y muchas veladoras de distintos tamaños y colores.
La gente empieza a abarrotar el recinto religioso, el sacerdote da la bienvenida uno a uno a los feligreses peregrinos que provienen de distintas partes y que pasan a depositar sus ofrendas en el alfolí de madera.
Algunos cantan, otros aplauden, algunos platican... muchos revisan sus celulares, pero Domingo permanece postrado de rodillas, en silencio, meditando, observando la imagen. Hay otras imágenes, una es de Jesús crucificado.
Cuando por fin Domingo se coloca de pie, se acerca a una persona que se encuentra a tres metros de él, le pregunta si puede encender unas velitas que trae para dejarlas en la iglesia. El joven le dice que puede hacerlo con toda confianza.
Antes de colocar las velas, Domingo abre su corazón con su amigo desconocido, le toma confianza y tratando de desahogar sus penas (pues pasa poco tiempo platicando con alguien) comienza a relatar su historia.
"Soy del paraje Jalmatic, ubicado a una hora de la cabecera municipal de Chamula", dice. Cuenta que fue campesino durante 40 años. En su tierra natal trabajaba con su padre y sus hermanos, pero la tierra empezó a empobrecerse, la cosecha era cada vez más exigua, llovía poco y abundaban las plagas como gusanos y otras que dañaban la cosecha. Domingo tenía su novia, luego se casó y ya no podía sostenerla, nació su primer hijo y entonces decidió independizarse.
Corría el año de 1982 cuando Domingo decidió emigrar a Villahermosa, Tabasco. Allí Domingo hizo de todo: trabajó como peón de albañil, como albañil en casas particulares, escuelas empresas como Liverpool, donde ganó un buen dinero, asegura.
Finalmente, después de dos años de trabajar en distintas áreas, Domingo tuvo la brillante idea de vender paletas de hielo. En Tabasco hace mucho calor, así que le iba bien.
Con los ingresos obtenidos durante su estancia en Tabasco, logró construir una casita de 7 por 10 metros, cuenta Domingo. Era un techo para darle cobijo y protección a los cinco hijos que Dios le concedió, agrega: tres varones y dos mujeres forman la familia de siete.
Después de regresar de Villahermosa, Domingo decidió quedarse en Chiapas, pero no en su natal San Juan Chamula. Vino a Chiapa de Corzo y probó suerte como chiclerito, oficio que realiza desde hace 31 años.
Domingo tiene 71 años de edad, sus cabellos apenas comienzan a teñirse de blanco. Se ve macizo, fuerte, sano, lúcido. Y aunque dice estar un poco enfermo y su voz es cada vez más débil, su fe se fortalece día con día.
Hoy llegó temprano, caminando desde Chiapa de Corzo. No lo hizo como peregrino, no se unió a ningún contingente, sus compañeros chicleritos no caminaron con él, lo hizo por necesidad y a la vez para cumplir una promesa.
Llegó a la parroquia de Guadalupe y se puso a orar. En Chiapa de Corzo renta un cuarto de 3 por 3 metros, le cobran $700, es para lo que le alcanza. "Se vende muy poco", dice Domingo. En Chiapa de Corzo, además de él, hay otros seis chicleros, algunos son también de San Juan Chamula, otros de ahí mismo de Chiapa de Corzo, de la colonia Nucatilí, dice Domingo.
"Pocos chicleros, poca gente también", afirma. A diferencia de Tuxtla Gutiérrez, donde hay mucha gente, pero también mucha competencia, con muchos vendedores.
Domingo se conforma con lo poco que gana, ya no tiene muchos dependientes económicos, sólo su mujer y el más pequeño, que al principio lo acompañaba a vender chicles y dulces, pero ahora se encuentra en Estados Unidos.
Allá se fueron dos de sus hijos, uno de ellos trabajó algunos años y logró construir su casa, luego regresó y volvió a trabajar... compró su carro. Ahora se acaba de ir por tercera vez: tiene otros proyectos, dice domingo.
Otro de sus hijos también fue a Estados Unidos a trabajar y logró comprarse una pipa de agua, con la que ahora obtiene su ingreso. Una de sus hijas se casó con un campesino, tienen una hectárea de chayotal con lo que logran obtener ingresos para mantener a su familia, asegura.
Todos sus hijos han logrado salir adelante y obtener sus ingresos propios, dice Domingo, cuya satisfacción como padre es grande al ver a sus hijos realizados y con una familia estable. Esa es la mayor felicidad de un padre, afirma Domingo.
De repente Domingo voltea hacia la entrada de la parroquia, sonríe un poco, pero a la vez muestra un dejo de tristeza cuando asegura que de sus cinco hijos, cuatro están en otra religión. Solo él, su esposa y el hijo menor son católicos, los otros cuatro profesan religión evangélica: tres se fueron a la Iglesia Adventista del Séptimo Día y una se casó con un miembro de la iglesia Nuevo Pacto, dice Domingo.
"Pero yo no se los prohíbo, no me preocupa que hayan cambiado de religión, que ya no adoren imágenes; ellos tienen derecho a elegir y a ser diferentes, no puedo prohibirles ni imponerles mi religión", dice Domingo acertadamente, pues la elección de religión, como la de carrera o parejas, después de ser mayores de edad, es un derecho que les corresponde, reitera Domingo.
Luego de haber sostenido La charla con su amigo desconocido, Domingo abre el cierre de su pequeña mochila. ¿Sí puedo encender mis velitas, verdad? pregunta a su interlocutor, y él le dice "claro, adelante, con toda confianza".
Con mano temblorosa, volteando a ver hacia un lado y otro, Domingo saca una velita de color blanco. Intenta encenderla, pero sus manos temblorosas se lo impiden: no logra sostenerla con firmeza para encenderla tomando fuego de la vela depositada en el pedestal de latón.
Cuando por fin Domingo logra encender la primera vela, no puede colocarla en la base metálica, pues la velita es muy delgada y apenas logra sostenerse. Luego Domingo saca la segunda velita, le cuesta volverla a encender. Y una vez más le cuesta colocarla. El mismo procedimiento se repite durante siete veces: son siete velitas las que lleva, enciende y deposita, una por cada miembro de la familia: por él, por su esposa y sus cinco hijos, aunque cuatro de ellos estén en una iglesia evangélica.
Luego de dejar sus velitas, Domingo se persigna, camina hacia un extremo de la iglesia, vuelve a quedar en silencio, se agacha, vuelve a colocarse de rodillas y después de varios minutos enfila sus pasos hacia la salida.
Ha cumplido su deber moral, ha ido a manifestar su fe, su gratitud, su preocupación, sus tristezas, pero también sus alegrías. Luego sale quietamente, como lo hizo la viuda pobre que depositó sus dos monedas blancas en el alfolí, mientras los fariseos y escribas depositaban grandes costales de monedas de oro y plata. Ella dio solo dos moneditas blancas; sin embargo, Jesús que observó a los ofrendantes dijo que quien había dado más que todos fue esta viuda pobre, porque ella dio todo lo que tenía, y lo dio de corazón, mientras los otros dieron lo que les sobraba.
Domingo colocó siete velitas pequeñas de muy bajo costo, pero era todo lo que le quedaba libre. Había apartado su dinero para comprar sus chicles y sus dulces. "Invertiré poco", dice Domingo, porque tengo poco, pero también porque vendo poco, no tiene caso comprar mucho", asegura él.
De lo que vende, debe apartar el dinero para comprar mercancía, pagar la renta, para comer y para llevarle a su esposa que la espera en su natal Jamaltic, San Juan Chamula.
En la entrada de la parroquia de Guadalupe hay un letrero que dice "prohibida la entrada a chicleros", Sí, se prohíbe la entrada porque como dice el mismo letrero, 'la iglesia no es una plaza pública, por ende se prohíbe acceso a los vendedores ambulantes, pero Domingo ha llegado esta vez no como vendedor, no ha llevado su mercancía; entró como cualquier otro adorador, llevando un corazón contrito y humillado, agradecido y lleno de pesar, de tristeza, por las vicisitudes y avatares de la vida.
Domingo ha sufrido como cualquier otro, pero no llegó a quejarse ni a murmurar, ni a reclamarle a Dios. Llegó a decir gracias, a pedir perdón y a pedir fortaleza para seguir cumpliendo el día a día como chiclero, como padre, como esposo y como hijo.
Miles han llegado a la iglesia de Guadalupe hoy, pero con miles de motivos. Domingo llegó... con el motivo correcto.
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