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domingo, 19 de enero de 2025

BELLA VISTA / Comieron la mojarra más rica del mundo

Y no está tan lejos, Geydi se los garantiza.



Abi se relame los labios mientras exclama "ah, comí el mejor pescado frito del mundo. Bellavista está relejos, pero valió la pena. Qué bien nos la pasamos. ¿Verdad amor?", y voltea a ver a su esposa. Está comunidad es parte del pueblo mágico de Copainalá. Vale la pena visitarla.


El plan original fue visitar el poblado Ángel Albino Corzo. Abi y Geydi, su esposa, visitaron a sus familiares, quienes les propusieron ir a ver la iglesia hundida en Quechula.



Sin embargo, por falta de tiempo y por saber que sigue hundido el templo, cambiaron de planes. "Mejor vamos a comer pescado a Bella Vista", dijo Fabiola a su tío Abi "¿No está muy lejos?", preguntó Geydi. Fabiola y Abi cruzaron miradas cómplices y sonrieron. "No, que bah", exclamaron. Más tarde Geydi les reprocharía la mentirita blanca. Estaba muy muy lejano.


El recorrido continúa hasta llegar a un desvío rumbo a Ignacio Zaragoza, han sido más de 15 minutos. Posteriormente al llegar a un camino bifurcado hay un anuncio que dice Quechula y otro Zaragoza, toman el camino izquierdo para ir a Zaragoza.



Al llegar a este lugar la gente recibe asombrada a los visitantes. Los carros ya van cubiertos de polvo, pues el camino pavimentado termina antes y luego sigue la terracería. El camino va complicándose conforme avanzan, zonas escarpadas con bajadas y subidas y el polvo cubre a los autos y los rostros de quienes van en la góndola de la camioneta de Ramón.


Es después de Zaragoza que se dirigen a Bella Vista. Geydi comienza a desesperarse, avanzan los minutos, ya llevan casi 40 minutos de camino y no llegan. De repente no aguanta más y dice "¿ya merito llegamos?" y todos comienzan a reír. "Ya te pareces al burro de Shrek que preguntaba si ya merito llegaba", le dicen.


Geydi no sonríe, está nerviosa, desesperada, es la primera vez que se dirige a Bella Vista. "No creo que por un pescado valga la pena todo este trayecto, estoy muy cansada, aburrida, ya nos regresemos", le dice a su esposo Abi. Él se pone serio y le dice "ya vamos a llegar mi amor".



Y en efecto llegan a Bella Vista, pero el lugar donde van a comer las mojarras fritas no es allí, es un poco más allá. Fabiola toma su cuatrimoto en Bella Vista, donde vive con Madaín, su esposo, y sigue a la camioneta, pero adelante de ellos va otro auto que es automático. Hay una subida donde acaban de poner grava y está suelta, por lo que la llanta delantera patina: no pueden subir la escarpada cuesta y ahí se demoran más de 15 minutos tratando de subir. Abi y Geydi caminan a pie al lugar que se encuentra en una planada: es el rancho de Fabiola y Madaín.


Allí cerca hay un afluente donde crían mojarras, es agua dulce de un manantial, no es una granja, no es agua estancada. Fabiola llega con dos cubetas de mojarras que serán fritas posteriormente.



Todos ayudan haciendo fuego, preparando las mojarras. Fabiola va hasta su casa por algunas cosas como platos, refrescos, vasos desechables y todo lo necesario para la ensalada.


Madaín saca las mesas, las arma. El lugar es exquisito, fresco. De repente empieza a lloviznar, algunos corren a guarecerse en la casa cercana, otros esperan a que pase la llovizna.


Algunos se toman la foto, bromean mientras preparan las mojarras. Es un ambiente familiar. Allí no hay señal de telefonía, allí a fuerzas se tiene que olvidar del bullicio, del estrés del tráfico, de las llamadas telefónicas y de las redes sociales. Ahí es un recinto natural, sagrado, donde el visitante se convierte en un adorador ferviente.



El momento esperado llega y comienzan a deleitarse con las mojarras fritas, recién salidas, recién pescadas. El sabor es exquisito, único, inmejorable. Nunca Geydi ni Abi habían probado una mojarra de esa calidad, con ese sabor. Geydi olvida las molestias del largo viaje. "No, pues sí valió la pena el viaje", dice y comienzan a reírse todos.


Para desquitarse, Abi y Geydi comen dos mojarras. Incluso se llevan algunas a su casa, "es que están deliciosas", dice. "Se los dije", dice Fabiola. "Y ustedes que no querían venir"



La tarde empieza a caer, ha sido un día hermoso de convivencia familiar donde han podido contemplar las bellezas naturales del lugar. Al salir de Bella Vista, Abi voltea hacia un lado donde hay una pequeña construcción de madera, tiene algunas cartulinas pegadas en la pared. "Aquí dio clases mi hermano Ramón", dice a su esposa Geydi. "Trabajó como maestro del Consejo Nacional de Fomento Educativo (Conafe) en 1982".


Ramón dio clases durante un año en este lugar, llegaba caminando desde Guadalupe porque no entraba carro. El Conafe atiende la educación en comunidades rurales, a cambio le dieron su beca para estudiar la secundaria. 



Geydi se estremece al ver el lugar y al escuchar la historia que le narra su esposo Abi. No conocía este sitio ni esta historia. Ahora el camino ya no le parece lejano, ya no le molesta el polvo ni el traqueteo por las piedras de la carretera sin pavimento. Ahora  Geydi sabe que no todo es miel sobre hojuelas, que la rosa también tiene espinas, pero que todo tiene su propósito en la vida.


Abi y Geydi están felices, llegan de vuelta a casa en Tuxtla Gutiérrez y de inmediato publican sus vivencias en Bella Vista. Suben las fotos de la mojarra frita, pero no pueden plasmar la experiencia vivida segundo a segundo.



Eso sí, súper recomiendan visitar Bella Vista, "y no está tan lejos", dice Geydi y sonríe.

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