Moneda arrojada en la fuente de la pila mudéjar para pedir que haya menos hambre, menos pobreza, menos dolor.
Desde la pila alguien observa la dolorosa escena: le duele ver a un bebé llorar sin cesar, le duele ver la desesperación de su hermana y su hermano. Le duele ver el cisma social en que los ricos se tornan más ricos y los pobres se hunden en la ciénaga paupérrima.
El sol quema más que de costumbre. Es pasado el mediodía y los pocos transeúntes en el parque central de Chiapa de Corzo buscan la protección de una benevolente sombra.
Ni siquiera los vendedores de aguas frescas o helados están en el lugar, hay poca gente aún cuando acaba de ser quincena y es domingo familiar. Quizá el clima caluroso los desanimó y fueron en búsqueda de algún afluente para mitigar el calor.
Un turista local que encaminaba sus pasos hacia el embarcadero para realizar el recorrido hacia Chicoasén por el río Grijalva, ha decidido pasar antes a la pila estilo mudéjar. Ha escuchado que si se arroja una moneda y se pide un deseo éste puede cumplirse.
El hombre saca la moneda y cuando está por arrojarla se detiene. Le ha llamado la atención el llanto de un bebé que no tiene más de cinco meses de edad, y es cargado en brazos por quien aparentemente es su hermana mayor.
Con visibles rasgos indígenas, la adolescente de unos 10 años de edad camina de un lado a otro mientras sacude al bebé que yace envuelto en un rebozo, tal como lo hacen en las etnias indígenas.
La niña trata de mecer al bebé para que se calme, pues éste llora fuerte e incesantemente. Probablemente tiene hambre, quizás está enfermo. Sea una cosa o la otra la adolescente se siente impotente a sus 10 años, no sabe qué hacer, por ello se limita a pasear y sacudir al bebé de un lado a otro
No le canta, no le susurra palabras dulces, tampoco le da algún biberón; mucho menos puede darle pecho. No tiene tampoco medicina a la mano, si es que estuviera enfermo. Así, con un dejo de tristeza y una mueca de impotencia, la niña pasea de un lado a otro al bebé sin alejarse mucho del lugar, donde se encuentran dos hermanitos más de seis y ocho años de edad.
Es un niño de unos 4 años quien sigue a su hermana a donde va. De repente toma un extremo del rebozo, como para tener el control de la situación, y asegurarse que su hermana no se irá sin él. La adolescente voltea un poco desesperada, nerviosa por el llanto del bebé, y por que su hermanito la ha sujetado.
Los otros dos pequeños juegan con una botella de plástico. No tienen la solvencia económica para comprarse juguetes o el superhéroe que quisieran tener entre manos como Batman, hombre Araña o Superman. Ese bote de plástico se convierte en avioncito, en carrito, o en un personaje legendario.
El turista nacional sigue observando desde una columna de la pila de ladrillo. Aún tiene la moneda en sus manos, no la ha lanzado y parece que va a modificar su deseo. Observa a los niños y se pregunta dónde están los padres, qué están haciendo, por qué se encuentran esos niños en ese lugar.
Los observa con ropas viejas, raídas por el uso y por el paso del tiempo; el cabello está crecido y desaliñado, no tienen juguetes ni alimentos. Su paupérrima situación salta a la vista.
El turista piensa, entonces, que valdría la pena modificar su deseo. Arrojaría no una, sino muchas monedas con tal que su deseo fuera cumplido. Ya no pedirá el viaje a Italia que estaba pensando pedir, ya no pedirá el carro del año o el aumento de sueldo. Ahora piensa pedir que esos niños puedan tener comida, salud, juguetes... que puedan disfrutar de su infancia.
Pedirá que en Chiapas, México y el mundo haya niñas y niños cuyos derechos sean resguardados y satisfechos por sus padres y por las dependencias gubernamentales.
Pedirá que haya menos hambre, menos dolor, menos miseria, menos inseguridad.
Las horas han transcurrido y el hombre tiene que retirarse. Ha desistido del viaje en lancha; otro día puede hacerlo, piensa. Regresa a la terminal de transporte pensativo, pues ha dejado en el lugar a esos niños.
Antes de retirarse le ha dado a la niña unas monedas, quizá le sirva para comprarle algo de comer a sus hermanitos y a ella. No hay preguntas, no hay cuestionamientos, no desea satisfacer su morbo sobre si tienen padres o donde se encuentran. Sólo ayuda y se retira.
Se retira en el anonimato, deja a los niños en el anonimato; ojalá ya no sigan en el anonimato. Que se visibilice la situación de niñas y niños con la infancia perdida, con sus sueños truncados, con sus ilusiones marchitas, no por el sol quemante del mediodía, sino por las candentes situaciones adversas como la pobreza y la desigualdad lacerante y galopante.
La moneda quedó dentro de la fuente de la pila. ¿Tendrá respuesta? Quizás tú y yo tenemos la respuesta en nuestras manos, aunque no recibamos las monedas ahí arrojadas.
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